Dicen las malas lenguas..
Se cuenta que el joven Adrián Yeste tenía
tiempo por delante, una mochila y una libreta roja, obsequio de una marca de
whyky que se trajo desde el bar de sus
padres en León, España. Durante su viaje por Sudamérica anotó en ella lo
que no quería olvidar. Anotaciones que, como el mismo relieve del continente,
se iban transformando hasta tomar aspecto de relato.
Una noche, en una habitación compartida de una
pensión barata en Cuzco, Perú, soñó algo que le hizo saltar de la cama,
abrigarse y salir a caminar por la ciudad. ¿Contar cuentos? No podía ser.
¿Contar cuentos? Era lo último que hubiese imaginado para su vida. Se vio delante
de gente narrando lo que su libreta roja guardaba. Pero, a diferencia de los
otros sueños, cuando volaba de un edificio al siguiente, o cuando se perdía en
un aeropuerto, ¿por qué ése le mantenía agitado, caminando sin rumbo en una ciudad
desconocida, sin poder sacárselo de la cabeza?
Le pareció que lo más sensato era probar. Consideró que contar un cuento era menos peligroso que saltar de un edificio a otro o dar vueltas sobre sí mismo en una terminal internacional. Ingenuo. Y probó.
Dicen que desde ese día hasta hoy cuenta
historias.
Tal vez se lo encuentren narrando en una
escuela, biblioteca, en un teatro o en el banco de una plaza. Si lo ven, si lo
escuchan, se demostraría una vez más que lo sueños se hacen realidad.
Ojalá que cuando se lo crucen, no esté contando en una terminal de aeropuerto
de la que es cautivo.
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