soy leyente nº16
SALE CON FRITAS
—¿Usted es la
madre de Nahuel Ernesto Fernández?
—Nahuel Ernesto
Fernández Gómez. Ya es hora de que se considere el apellido de la madre. Vine
en cuanto me avisó. ¿Pasó algo?
— Mejor entremos
a mi despacho. El chico está esperando.
—Ay hijo mío,
¡¿qué te hicieron?!
—Nada má, sólo
fue un golpe.
—Verá, señora,
como usted sabrá nuestro centro es un
lugar prestigioso, con años de excelencia educativa, por lo que no estamos
dispuestos a aceptar conductas violentas como la de su hijo.
—¿Alguien me
puede explicar qué pasó?
—Nada, má, no
pasó nada.
—¿Por qué no le
contás a tu mamá lo que hiciste?
—Empezaron
ellos, má.
—¿¡Alguien me
puede explicar qué carajo pasó!?
—Por favor,
señora, tranquilícese y no levante la voz. Veo que los cambios de humor repentinos
del chico son heredados.
—Perdón, necesito
mi dosis. El homeópata me dijo que con dos cápsulas debajo de la lengua me iba
a sentir mejor. Aguarde un segundo. Ahora sí. Disculpe. Entenderá que no
entienda nada.
—¿Por qué no le
seguís contando a tu mamá?
—Empezaron
ellos, má. Fue por culpa de la vianda.
—¿Te la
quisieron robar? ¿No es cierto?
—Verá, señora,
no sólo me ofende a mí sino que lo hace a toda la institución cuando plantea,
aunque sea como mera hipótesis, la posibilidad de un robo entre los alumnos.
—Entonces ¿qué
pasó con la vianda?
—Mirá, má, la
cosa arrancó el día de la tarta de zapallito.
—Me quedó
excelente, mezcla de harina integral y soja, queso deslactosado y zapallito
orgánico.
—Señora, ¿por
qué no escucha a su hijo?
—¿Qué me está
diciendo? ¿Que no lo escucho? Haga el favor de meterse en sus asuntos. No
pienso tratar este tema si no es en presencia de la psicopedagoga.
—No se ofenda,
no quise decir eso. Proseguí, dale, seguí contándole a tu mamá.
—La cosa empeoró
el día de las croquetas de acelga.
—Mire, señora Directora,
las hago con huevo de verdad, no con esos de pollo de laboratorio, que en vez
de cáscara parece papel tissú. Abrís uno y te sale una yema que es una
tristeza, no hay quien se la coma.
—Por favor, nene,
seguí.
—Y cuando las
barritas de granola…
—Caseritas,
caseritas. La miel me la mandan a la dietética directamente del Bolsón. Cuando
quiera, señora Directora, le traigo un catálogo del negocio. Por lo pronto, acá
le dejo una tarjeta.
—Muy amable. Dejemos
a Nahuel que continúe.
—El día de la
milanesa de berenjena pensé que iba a zafar.
—Perdón, hijo
mío, perdón. Se me acabó el pan rallado de centeno. Así que te diste cuenta.
—El problema no
soy yo, má, son los otros.
—Verá, señora,
si nuestra institución se ha convertido en un referente ha sido gracias a infundir
ciertos valores, para nosotros básicos, como el respeto a la tradición.
—Pensaba que
este era un colegio laico.
—Y lo es. Pero hay algunos aspectos de nuestra
cultura con los que los alumnos se sienten fuertemente identificados.
—Me cargan, má,
me cargan.
—¡Ay, mi cielo!
¿Por que sos petiso?
—Señora, por la
vianda. Lo cargan por la vianda.
—¡Lo que me
faltaba! Esos niños mórbidos, rebosantes de toxinas, triglicéridos con patas,
obesos en potencia, ofendiendo a mi Nahuel. ¿Qué tipo de escuela es esta?
—Má, son mis
amigos.
—Señora,
comprendo que se sienta agredida. Desde el lugar que ocupo, le digo que
discrepo con la forma en que nuestros alumnos tratan a su hijo, pero acuerdo
con el fondo de la cuestión. Reproducen valores y creencias que les inculcamos
desde que ingresan en el jardín maternal.
—Ay, mi Nahuel,
¿dónde te metí?
—Señora, no
compartimos los hábitos alimenticios del chico. Además, están en discordancia
con nuestros principales auspiciantes.
—¿Auspiciantes?
—Vamos, señora,
¿usted cree que una escuela de esta envergadura se sostiene con la cuota de los
estudiantes? Hay todo un sistema detrás, del que nos sentimos orgullosos de
pertenecer, formando a las futuras
generaciones.
—Má, yo también
quiero un pancho.
—Oh, dios mío, que
Sri Ganesha y Vishnú me perdonen, te metí en la boca del lobo. ¿En qué estaría
pensando?
—Señora, además
de perjudicarnos con el tema de la vianda, está lo de las agresiones.
—¿De qué me está
hablando?
—Cinco de nuestros
alumnos ingresaron en el hospital después de la pelea con su hijo.
—Nahuel Ernesto
Fernández Gómez, ¿es eso cierto?
—Bueno, es que…
—¿Olvidaste las
reglas del karate? ¿Olvidaste todo lo que te enseñé?
—Es que papá me
dijo…
—¿Qué te dijo
ése?
—Que si me seguían
cargando, los cagase a trompadas.
—Ahora mismo te
saco de este colegio.
—Señora, la cuota del próximo mes se debitará automaticamente.
—Pero má…
—Ni má, ni mé,
ni mí. Dale, agarrá la mochila y el tupperware.
Y pará de tocarte la herida. Ay, dios mío, ¿en qué estaría pensando?
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