El hombre soltero alquilaba un ph al
fondo con patio, un limonero del que dejaba caer los limones y que se pudrieran
en el piso, y una parrilla que jamás había usado.
Trabajaba en un call center en el turno de la tarde. Era telefonista del sector
reclamos, donde lo mantenían gracias a la paciencia y al estoicismo con que
soportaba los insultos de los clientes. Llegaba a su casa entrada la madrugada después
de tomar una grapa en el bar.
Su vida transcurría con normalidad
hasta que una mañana, muy temprano, un zorzal empezó a picotear la ventana del
dormitorio. El hombre soltero se despertó, se cubrió hasta la cabeza con las
sábanas color beige que le había
regalado la madre para el último cumpleaños, pero no se volvió a dormir. Esto
se repitió tres días seguidos.
La noche del tercer día, mientras
tomaba la grapa en el bar, uno de los parroquianos, que podía contar batalla
tras batalla hasta que el mozo bajara la persiana, le preguntó:
—¿Qué te pasa que parecés cansado?
El hombre soltero le contó la
historia del zorzal.
—Pero eso se arregla fácil —le dijo
el amigo charlatán agarrándolo del hombro—. Cuando era niño iba a cazar
pájaros. Mañana, a primera hora, me voy para tu casa con la gomera. La guardo
como si fuera de oro.
El zorzal y el amigo charlatán fueron
puntuales. En cuanto el pájaro empezó a picotear la ventana, el amigo sacó una
piedra del bolsillo, armó el brazo y disparó, con tan mala suerte que le erró y
rompió el vidrio.
—Seguro que lo asusté y no vuelve
por acá —dijo antes de irse.
Esa noche el hombre soltero no pudo
dormir. El chiflete que entraba por la ventana
era tal que ni la sábana beige,
ni la frazada que la madre le había regalado por Navidad lo hizo entrar en
calor. Ciertamente, el zorzal no apareció por la casa al amanecer.
Transcurrida la jornada, a la noche,
en el bar, el amigo charlatán le vio cara de cansado, pero prefirió no
preguntar, por si la conversación derivaba en que tenía que pagar el vidrio
roto.
Al día siguiente el hombre soltero pidió
permiso para no ir al trabajo, y así poder estar en la casa para que le
colocaran el vidrio nuevo.
El vidriero le preguntó qué había
sucedido, y el hombre soltero le contó la historia del zorzal.
El vidriero, un hombre de buenos
propósitos y mejor corazón, lo reprendió por haber disparado y le aconsejó:
—Si un pájaro viene a picotear a su
ventana es señal de buena suerte. Le recomiendo que lo deje en paz y que se
vaya a dormir al living.
El hombre soltero, previendo que con
el vidrio puesto el zorzal volvería, trató de dormir en el sofá. Pero le fue
imposible porque era incómodo. Desde ahí escuchó el ruido del zorzal en la
ventana de la pieza. Estaba de vuelta.
A la tarde, en el tren que tomaba
para ir al trabajo, se quedó dormido y despertó al final del trayecto. Un
mendigo le vio sobresaltado y perdido, así que le preguntó qué le había pasado.
El hombre soltero le contó la historia del zorzal.
—Eso se arregla fácil —le dijo el
mendigo—. Lo que tiene ese pájaro es hambre. Póngale unas migas de pan en la ventana
y no volverá a molestarlo.
El hombre soltero tomó el tren de
vuelta y llegó muy tarde al trabajo. Después de la grapa regresó a la casa,
colocó un plato con migas de pan en el alféizar y se acostó. Con los primeros
rayos del sol, lo despertó el zorzal. Por supuesto, se había comido todas las
migas, pero seguía golpeando la ventana.
Aquel día el hombre soltero llegó
puntual al trabajo, pero se durmió en el cuarto de baño. Lo despidieron. Cuando
fue a la oficina de personal, la empleada, una mujer coleccionista de las
tarjetitas que venden en el tren en el que un osito le dice a un perrito que le
va a amar el resto de la vida, le preguntó:
—¿Y qué va a hacer ahora?
El hombre soltero miró el reloj:
—Voy al bar.
—No, le preguntaba que qué va a
hacer con su vida.
—Ahhh… No sé. Por lo pronto espero
dormir esta noche.
—¿Dormir? —le preguntó ella—. Se
conforma con poco. Hay que ser más ambicioso. —Despreciaba a los hombres que
pasaban por la oficina pisoteados, humillados, reducidos a un huevo revuelto en
el que no se distingue la yema de la clara. Pero aquella actitud humilde,
despreocupada, la enterneció—. ¿Queda muy lejos ese bar?
Salieron juntos. Para sorpresa del
amigo charlatán, que aprovechó para contarle al mozo de una novia que tuvo a
los diecisiete años, el hombre soltero se sentó en una mesa aparte con la coleccionista
de tarjetitas. Allí le contó la historia del zorzal.
Ella no se atrevió a decirle que
nada es casual, que el pájaro había aparecido en sus vidas para que se
conocieran. Él se sentía tan cansado que tampoco se atrevió a invitarla a su
casa. Ella se adelantó:
—Me encantaría conocer al famoso
pajarito.
Con las primeras luces del día, el
zorzal picoteó la ventana.
La coleccionista y el hombre soltero
despertaron.
—¡Es él! —exclamó ella—. Qué hermoso.
Picotea en la ventana porque ve como nos estamos amando y quiere entrar con
nosotros.
Al rato, tocaron al timbre. El
hombre soltero se puso los pantalones, se pasó las manos por el pelo y salió a
abrir. Un hombre con chaleco a cuadros, un sombrero con una pluma de pato y
sonrisa de vendedor de biblias, se presentó:
—Buenos días. En el bar me comentaron
que tenía problemas con un pájaro. Soy del Club de Ornitología Amigos del Plata.
Lo puedo ayudar.
El hombre soltero le contó la
historia del zorzal.
—Eso se arregla fácil —dijo el
ornitólogo—. El pájaro ve su propio reflejo en el cristal y lucha contra “ese
otro” para arrebatarle el territorio.
La voz de la coleccionista lo
interrumpió. Enrollada en la sábana beige,
los hombros descubiertos y el pelo alborotado, estaba asomada en el umbral del
ph. Gritó a través del pasillo:
—¿Estás bien? ¿Por qué no volvés a
la cama?
—Ahí voy —contestó el hombre soltero.
Se dirigió al ornitólogo—: Continúe.
—Lo solucionaría colocando en el
vidrio la pegatina de un pájaro más grande que él —sentenció el ornitólogo.
El hombre soltero le dio las
gracias, cerró la puerta y regresó a la cama.
—¿Quién era?
—preguntó la coleccionista.
—Un ornitólogo.
—¿Por qué molesta tan temprano?
—Me explicaba que en realidad el
zorzal picotea en la ventana porque ve… —El hombre soltero rozó la pierna de
ella, suave, recién depilada—. Porque ve… —Inspiró y un olor a shampoo de
frutas del bosque lo emborrachó más que una botella entera de grapa—. El zorzal
picotea en la ventana porque ve como nos estamos amando y quiere entrar con
nosotros.
—Te lo dije —concluyó la coleccionista,
que antes de enredarse en los brazos de él le prometió que le iba a regalar
unas sábanas nuevas y le juró que, cuando llegase la temporada, haría un dulce
para chuparse los dedos, con los limones del patio.
"El hombre soltero y el zorzal" está incuído en la revista de narración ora "Soy Leyente". Aquí les dejo el enlace para que la puedan leer completa.
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