Parece que en
estos tiempos que corren, si no hay una fotografía o video que lo atestigüe,
nada sucedió. Pues aunque no tengo
ninguna imagen —me consta que las hay, porque Natalia (y rima con
bibliotecaria) estaba dale a sacar fotos—, ayer conté en el colegio Nuestra
Señora de Luján, en Morón, y fue inolvidable.
Durante la semana los alumnos y alumnas
me habían hecho llegar a través de internet un montón de preguntas: que cómo
había llegado a la narración oral, cuál había sido el mejor momento de mi vida,
y otras muchas, cada una más difícil de responder que la anterior. Ante tanto
interés, sospeché que las maestras les habían puesto como tarea investigar
sobre mí. Me equivoqué. Al llegar a la escuela, Lili, la directora, me dijo que
ellas no tenían nada que ver, que eran los propios chicos los que tenían ganas
de saber más.
La sala que habían dispuesto para que
contara —la antigua capilla—, estaba empapelada con fotos mías, con algunos de
mis cuentos impresos. ¡Y aún no me conocían! Junto a Lili salimos al patio y me
fue mostrando la escuela. En una de las aulas de la planta baja, los alumnos de
4º ya estaban estampados contra la ventana saludándome. Evidentemente, conocían
mi cara, “es Adrián Yeste, es Adrián Yeste”, decían. Y sí, era yo. Pero, ¿qué
había hecho para ganarme tanto cariño? ¿El mero hecho de ir? ¿Tener un blog y
una cuenta de facebook?
Lili me mostró el colegio. No me deja
de llamar la atención las escuelas de Buenos Aires. A diferencia de mi colegio
en León, o de la mayoría de las escuelas en España, moles de una sola
estructura sacadas del mismo patrón que los hospitales y las cárceles, a los
colegios de acá a veces no se los reconoce desde la calle. Comenzaron siendo
una casa a las que se les fueron añadiendo pedazos con el paso del tiempo. Las
que más crecieron llegaron a ocupar una cuadra entera. Otras, la mayoría, son
un rompecabezas que pieza por pieza se han ido armando, integrándose entre el
resto de viviendas del barrio. Es el caso de Nuestra Señora de Luján.
Lili me contó que la escuela comenzó
siendo dos vagones de tren cuando aquello todavía era campo. Siendo ella
alumna, su padre fue de los que ayudó a poner ladrillos. Ahora es la directora
de una escuela hermosa, en la que la lectura y los cuentos tienen una papel
primordial. Y si no, ¿por qué esos niños y niñas se arremolinaban en la puerta
de la sala de profesores y me pedían autógrafos?
Hubo que hacer un trato: yo les firmaba
todos los autógrafos que quisieran, pero después de haber contado. “Imagínense
que cuento, y no les gusta”, les dije. “¿Qué iban a hacer con mi autógrafo?
¿Romperlo? Primero me escuchan, y luego vemos”. Trato hecho.
Hay días que uno cuenta y las palabras
se tropiezan al ser pronunciadas, los gestos se chocan con ellas y se estorban,
y al final el cuento sale, digno, bien, la gente escucha y aplaude, pero uno vuelve
a casa con la sensación de haber cumplido un trámite, trabajo hecho, pero “hoy
no pasó nada”. Por fortuna, esos días no son demasiados.
En cambio, hay otros días en los que el
primer rayo de sol te toca con la varita de la gracia, te esperan en una
escuela con los brazos abiertos, y el verbo fluye, el gesto acompaña, y las
historias van saliendo con la misma naturalidad con la que son escuchadas. Y de
a poco se va tejiendo una red entre el que cuenta y el que escucha que nos
cobija, nos ampara de todo lo que está afuera, y lo que queda adentro es un entramado
de palabras, silencios, una respiración común, algo colectivo, poderosísimo,
que me hace volver a casa agradecido por haber encontrado este oficio que me
permite vivir momentos como el que pasé en esta escuela.
Contar en un colegio es como encender
un fuego en mitad del campo. Algunas veces llegas al lugar y te encuentras con
cuatro palitos mojados, no hay papel, te olvidaste los fósforos en casa y
tienes que hacer chispa entrechocando dos piedras. Al final, el fuego se prende,
pero te llevó un trabajo… Otras veces
llegas y te esperan con un atado de leña seca, papel de diario, te ofrecen una
caja de fósforos, un encendedor y por si no funciona, tienen un soplete de
emergencia. En este caso, el fuego se enciende a la primera.
Cuando la escuela incentiva la lectura,
la familia acompaña y apoya ese proceso, la biblioteca es un lugar donde los chicos
desean ir y no la sala de los castigos, los narradores llegamos y el fuego se
enciende a la primera. Y cuando el fuego ya está encendido solo queda sentarse
alrededor y escuchar.
Ayer, en el Nuestra Señora de Luján, se
armó el fogón.
¡Gracias
a los que lo hicisteis posible!
Hola yo soy de 6to grado de la mañana y si estubp buenisima tu visita tambien te tengo en el facebook a mi me encantan los cuentos de todo tipo pero ahora lo que mas me gusta fue lo de narrar con expresiones corporales con la experiencia del viernes.Yo soy Abril que vino corriendo con Luciano que tiene cara de bueno (estabamos en computacion) nos habia avisado un compañero que estabas si no ni nos enterabamos.Yo en cambiode hacer expresiones hago (tengo) un blog que es de un juego infantil y me encanta crear historias y novelas. ME ENCANTO TU VISITA!!!!
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ResponderEliminarUn torrente de preguntas y emoción llenó la escuela entera desde el día que las profes nos dijeron que ibas a venir a visitarnos. La ilusión crecía cada vez más conforme se acercaba el gran día.
ResponderEliminarY así fue. Cuando te vimos pasar por el patio, se escucharon a lo lejos los agudos gritos de emoción de las chicas de primer ciclo que comenzaban a sumarse al remolino de alumnos que te siguió por todo el patio. Un par de chicas de sexto grado (Incluyéndome a mi) corrieron hasta el salón a buscar hojas o anotadores y lapiceras para conseguir un autógrafo tuyo.
Entonces, cuando ya estábamos reunidos a punto de escuchar la primera historia, pensé en cuán diferente sería escucharte narrar e imaginarme los cuentos que imaginarme cuentos cuando los leo.
Volteando hacia una opinión más personal a partir de este punto, quiero decir que escucharte narrar me permitió imaginarme todo mucho más nítidamente, que fue algo diferente y divertido, a la vez que emocionante.
Quiero agradecer tu visita a Nuestra Señora de Luján y felicitarte por tu gran talento para narrar historias, que no se parece a nada que yo haya conocido antes.
Un gusto, Adrián.
Tania, la niña con nombre de princesa rusa.